lunes, 1 de noviembre de 2010

RELÁMPAGOS


RELÁMPAGOS

Como remilgos
los rayos
zurcieron el cielo
y quitaron de las techumbres
el brío de espejos
que, después de bracear el aire,
dejaron los pájaros
durante el día.

Como antorchas
y haches de chispas
alargadas por el viento,
como estrellas deshiladas
desde adentro,
las centellas se descolgaron
del cielo
prendiendo pasto
y asustando a las mulas
que en sus ojos era hierro tanto fuego,
como en los nuestros un daguerrotipo.

Ese era otro azul,
ese, del que se colmó
la mansedumbre inmensa
con borrascas y bramidos
del viento que, con su fricción
de fósforo,
hasta a los fuegos fatuos inflamaba.

Ese era otro azul,
ese, el que brotaba
de las vacas
para consumirlas
y confundirse con las fulguraciones
del calcio
que el mismo fuego,
a fuerza de adentrarse,
en segundos les doró de los huesos.

Ya nuestras sombras
se subían prendidas al caballo,
ya las espuelas de ellas
espejeaban
una opacidad de centella,
ya los relinchos de nuestras recuas
se rizaban en sus contornos
como cuando prendes pelo.

“Vámonos cabrones”
grité a los llaneros  
y todavía el ganado encendido
nos siguió un gran trecho
hasta que se fueron tropezando
con las bolas de fuego
que ellos mismos hacían
con su trote y la tierra
como perros que, celando
una perra,
se matan con sus mismas mordidas.